Emociones, educación, consciencia y obesidad
La ingesta de alimentos está regulada por las sensaciones de hambre y saciedad, lo que explica la razón por la que comemos o dejamos de hacerlo, pero no explica la selección que hacemos de los alimentos que construyen nuestra alimentación.
Los alimentos para nosotros también son emociones, comemos no solo para nutrirnos, comer nos proporciona placer y bienestar, pero también puede despertar en nosotros angustias y miedos. Los alimentos que para algunos son un deleite, para otros generan asco o repulsa: carne, caracoles, insectos, leche, queso azul, huevos fermentados, aceitunas o fresas son solo algunos ejemplos que dividen a los hombres y mujeres entre adoradores y odiadores de estas viandas.
Son muchas las razones que explican que no todos comamos igual, que no a todos nos guste lo mismo, o que no todos deseemos comer de la misma forma:
Factores que influyen en la ingesta de alimentos:
Gestación y lactancia. Nuestras preferencias o aversiones alimentarias ya se ven condicionadas desde la gestación y la lactancia. Una alimentación variada y saludable durante estos periodos favorecerá que el bebé acepte comer de un modo variado y saludable con posterioridad. Los sabores de los alimentos que consume la madre se vuelven familiares, primero para el feto y después para el lactante, y aquellos que no consume su progenitora se tornan sabores extraños, no reconocibles, y su tendencia será la de rechazarlos.
Alimentación en la primera infancia. Los primeros alimentos que consuma el menor construirán su universo de sabores y determinará sus hábitos y preferencias alimentarias. Por ello, no será lo mismo enseñarle a comer frutas, verduras, cereales integrales, legumbres o huevos, que papillas (potitos) de farmacia, cereales dextrinados, galletas o yogures azucarados. El sabor excesivamente dulce o salado de los alimentos ultraprocesados le impedirá apreciar correctamente el sabor natural de aquellos que debe aprender a comer, y podrá condicionar su paladar el resto de su vida, prefiriendo sabores más artificiales y alimentos menos saludables.
La familia y los hábitos aprendidos en el hogar. El momento de la comida debería seguir siendo el momento de la familia, el momento en el que se sabe del otro y se le escucha, y no el de los móviles, la televisión o la tableta. Nuestros desayunos, almuerzos y cenas se han desritualizado y han dejado de ser conviviales. ¿Cómo se comía en tu casa?, ¿el ambiente era tenso o relajado?, ¿se hablaba o se permanecía en silencio?, ¿había que comérselo todo antes de levantarse de la mesa?, ¿los domingos se pedía una pizza o se comía paella?
Las habilidades en la cocina. ¿Nos enseñaron a cocinar?, ¿disfrutamos cocinando?, ¿le dedicamos suficiente tiempo a preparar nuestra comida? Si no hemos cultivado el arte de la cocina, tiraremos más de comida precocinada; si nos da pereza cocinar, comeremos peor; si no nos enseñaron a disfrutar de los fogones, tendremos menos oportunidad de estar sanos.
La salud. ¿Somos alérgicos o intolerantes a uno o más alimentos?, ¿somos celiacos?, ¿tenemos una enfermedad inflamatoria intestinal?, ¿padecemos cáncer?
La cultura. ¿Comemos insectos como en México?, ¿caracoles como en España?, ¿perros como en China?, ¿ranas como en Francia?, ¿somos vegetarianos como en India?
La religión. Si somos católicos, ¿comemos carne los viernes de Cuaresma?; si somos musulmanes, ¿tomamos exclusivamente alimentos halal?; si somos judíos, ¿comida kosher?; y si somos budistas ¿comemos solo comida vegetariana?
El nivel de instrucción. A más educación mayores oportunidades de tomar decisiones acertadas sobre la selección de alimentos que vamos a consumir. A mayor incultura, mayor prevalencia de obesidad y problemas derivados de una alimentación inadecuada.
La disponibilidad de alimentos. Comeremos en función del lugar de la tierra donde vivamos y de sus infraestructuras, de su red de carreteras y de transportes. ¿De dónde eres?, ¿es fácil conseguir pescado fresco en tu región?, ¿has comido alguna vez papaya, mango, yaca o higos chumbos?, ¿carne de capibara, de serpiente, de canguro o de cerdo ibérico?
El precio de los alimentos y nuestro poder adquisitivo. ¿Podemos comprar frutas y verduras, o solo nos alcanza para comer comida procesada?, ¿tenemos dinero para ir a comer a un restaurante de comida mediterránea, o solo nos llega para ir a una hamburguesería?
La publicidad. ¿Cuántos anuncios promoviendo el consumo de alimentos saludables has visto últimamente en televisión?, ¿y cuántos espacios publicitarios dedicados a incentivar el consumo de comida altamente procesada? El sabor, olor, aspecto y textura de los alimentos ultraprocesados los vuelven irresistibles; están diseñados para ello; tienen la justa proporción de azúcar, grasas, sal, harinas refinadas, potenciadores del sabor y texturizantes como para que produzcan un enorme placer en el paladar. Su publicidad incentiva constantemente su consumo y están por todos partes, inundando las estanterías de cualquier supermercado o tienda de comestibles, al alcance de todos, ¿quién se puede resistir?, solo es pensar en ellos, y ya te entra hambre.
Hambre física, hambre emocional
El hambre física se caracteriza porque aparece sin estar asociada a ninguna emoción concreta, su aparición es gradual y responde a horarios prefijados, cuando aparece solemos tener control sobre la cantidad y la clase de alimentos que tomamos. En cambio, el hambre emocional se relaciona con emociones. La tristeza o la alegría, la angustia, la culpa o la ansiedad pueden motivarnos a comer sin que esa hambre tenga que responder a ningún horario concreto, puede aparecer de repente y originar pérdidas de control sobre la ingesta total.
Nuestra tendencia natural es comer cuando experimentamos hambre, sea del tipo que sea, y debemos ser conscientes de que todos, en mayor o menor medida, somos comedores emocionales. Nuestras emociones no siempre resultan saludables, nuestra relación con la comida tampoco. En ocasiones nuestro estado de ánimo nos impide disfrutar de la ingesta de alimentos y comemos con gran rapidez, necesitando sentir rápidamente esa sensación de lleno que nos calma. En otros momentos, la comida se vuelve una obsesión y no podemos parar de comer en todo el día, tratando con ello de mitigar nuestras insatisfacciones, nuestras frustraciones o nuestras carencias de afecto. Estos y otros comportamientos relacionados con la alimentación nos producen malestar y angustia y están en el origen de algunos trastornos de la conducta alimentaria que se exteriorizan con alteraciones de nuestro peso corporal.
Hambre emocional, un problema de peso
Cuando nos dejamos llevar por el hambre emocional tendemos a comer de más y, por tanto, podemos ganar peso; es entonces cuando surge la insatisfacción con nosotros mismos y, como fruto de ella, el deseo por adelgazar e iniciar alguna dieta. Sin embargo, sabemos que hacer dieta no funciona, que practicar dietas restrictivas contribuye a cronificar aún más el problema, y que fracasar es lo habitual. Cuando no alcanzamos nuestras metas nos sentimos frustrados y experimentamos emociones como la tristeza o el enfado que nos pueden conducir a la depresión. Para superar la depresión es fácil que recurramos a aquello que aprendimos a hacer para sentirnos bien: comer algo que nos resulte placentero y compense nuestro estado de ánimo. Pero si hacemos esto, nuestra autoestima podrá verse afectada, ya que es muy probable que podamos volver a aumentar de peso, y con ello experimentemos de nuevo más insatisfacción. La insatisfacción nos vuelve a empujar a un nuevo ciclo vicioso y a volver a hacer dieta para adelgazar en un cuento de nunca acabar.
¡No!, no es fácil, y es que no se trata ya de hacer dietas, se trata de aceptarnos y querernos, de aprender a comer de una forma saludable y empezar a hacer ejercicio. En una enfermedad, como la obesidad, en la que se tiende a recuperar, una y otra vez, el máximo peso que se ha llegado a alcanzar, el primer objetivo no es adelgazar, el primer gran objetivo es no engordar más.
Refuerzo positivo, sistema de recompensa
El hambre emocional tiene gran relación con los dos conceptos del epígrafe, te invito a que reflexiones conmigo y extraigas tus propias conclusiones al terminar de leer los próximos apartados.
Quizá en el pasado, cuando eras un niño, te prohibieron ciertos alimentos, lo que sin duda incrementó tu deseo por comerlos (golosinas, refrescos, tiernos bollos de leche). Quizá lo que ocurrió fue que te obligaron a comer otros que pudieron desarrollar en ti ciertas aversiones (verduras, leche, fruta). También pudo pasar que, como premio a que te comieras toda la comida, ganaras ese dulce tan delicioso, lo que volvió a incrementar tu deseo. Y de este modo fuiste generando asociaciones emocionales con los alimentos que hoy todavía puedes estar arrastrando.
El concepto de refuerzo positivo hace referencia al premio que sigue a la conducta. Ocurre cuando realizas una asociación que puede condicionar tu comportamiento para que este se vuelva a repetir.
La asociación entre el premio y la comida insana es muy peligrosa, activa lo que se llama el sistema de recompensa, que básicamente ocurre siguiendo estos pasos: 1) comes un dulce u otro alimento placentero, 2) segregas dopamina, 3) te sientes bien, 4) aprendes que comer ese alimento te hace sentir bien; en definitiva, aprendes que si quieres volver a sentirte bien solo tienes que volver a comer ese alimento.
Activar este sistema de recompensa mediante conductas aprendidas desde la infancia se torna peligroso, y aunque no seamos conscientes de ello, somos los padres, educadores, la sociedad en general, tú y yo, quienes incentivamos estas conductas que favorecen que nuestros menores enfermen de obesidad y luego sean adultos obesos. Recuerda que las conductas alimentarias que se adquieren en la infancia tienden a perdurar toda la vida, por ello, es una gran responsabilidad educar en aquellas conductas que protejan la salud de nuestros hijos; del tuyo y del mío.
Ejemplos de conductas y asociaciones emocionales que puedes estar promoviendo en tu hijo o hija
-Le compras un chocolate con forma de huevo, en su interior hay un juguete. Cuando él descubre el juguete aplaudes y te muestras contento con el hallazgo, mientras, él disfruta de su golosina.
-Es el día del cumpleaños de tu hijo, está rodeado de todos sus amigos, es un día divertido, lleno de emociones y regalos. Para merendar le has preparado bandejas llenas de dulces y más dulces, aperitivos salados, refrescos, zumos y en general comida basura. ¿Qué te parece esta relación?: "fiesta + diversión + amistad + regalos = comida basura".
-Durante las semanas, casi meses, que dura la campaña de Navidad, las fiestas más entrañables del año, has aderezado cada una de las reuniones que has tenido con tus amigos y familiares con turrones, mantecados, mazapanes y panettones, al ritmo de villancicos. Por supuesto, tu hijo ha estado presente en todos esos momentos mágicos. Por fin, un día antes del Día de Reyes, como es tradición en España, Sus Majestades anuncian su inminente llegada con un colorido desfile en tu ciudad. La cabalgata reparte toneladas de caramelos a todos los niños (este año con esto de la COVID-19 no será así, eso al menos que ganamos). Tu hijo, con gran entusiasmo, llena una bolsa entera con las golosinas que se arrojan, sin moderación, desde las carrozas reales, desde los camellos venidos del desierto y con las que son entregadas en mano por los beduinos, pajes y emisarios de sus Mágicas Majestades. Al día siguiente, se cumplen sus sueños y, con la máxima excitación, recibe todos sus regalos sobre un gran manto de bombones, chucherías y más caramelos. Ese día para desayunar tendrá un Roscón de Reyes, dulce típico de esta fecha, y del que podrá disfrutar en tu casa, pero también, en cada casa que vaya a visitar para recoger los regalos que le han ido dejando por doquier los Magos de Oriente.
- Tras las Navidades, llegan el resto de las fiestas: El Carnaval, La Semana Santa, La Feria, Las Cruces de Mayo, Las Romerías y Las "Velás" de los barrios, o cualquiera de las fiestas locales de tu región. Cada evento lo acompañas de sus dulces y alimentos propios de la festividad, dulces y alimentos llenos de azúcar, grasas de mala calidad, harinas refinadas, sal y otros elementos de bajo perfil nutricional que ingerirás sin cesar con tu hijo, compartiendo con él todos esos maravillosos momentos.
-Al terminar el colegio, llegan los tres meses de verano, y no pocas ocasiones le vas a sustituir la fruta del postre por un helado; un verano que estará lleno de salidas a la playa y de comidas "especiales".
- Y entre fiesta y fiesta llevas a tu pequeño al zoo, al acuario, a casa de los primos, o a casa de los amigos de papá y mamá. Tampoco en estas ocasiones hay comida saludable, en su lugar podemos encontrar hamburguesas, pizzas, dulces, sorbetes, bollería, galletas, bebidas gaseosas o zumitos industriales, o como mucho, un menú infantil compuesto básicamente por macarrones no integrales con una salsa de tomate repleta de azúcar, un refresco y un yogur también azucarado.
- Es la carrera popular donde corren todos los niños del barrio. Tu hijo se siente bien, está pletórico; ¡no es para menos!, estas carreras son muy coloridas y a través de la megafonía se arenga a la participación; todo el mundo se muestra siempre muy animado. Tu hijo, por fin, atraviesa la meta. Sobre la meta los logos e imágenes de una conocida marca de comida rápida. Al terminar te vas a celebrar con él su éxito en el bar que se ha montado al efecto, él se pide un refresco, mientras que tú te tomas una cerveza u otra bebida alcohólica; refrescos o bebidas alcohólicas cuyos logos, colgando de numerosas banderolas, han inundado todo el recorrido.
- Hoy hay espinacas para comer. Tu hijo ha desarrollado un paladar super estimulado por el consumo de comida basura y te dice que no le gusta lo que hay y que no las quiere. Entonces, vas y le montas "un pollo", te enfadas y le metes a la fuerza el tenedor en la boca. Él no puede evitar que se le escapen algunas lágrimas por lo angustiante que le resulta la situación. Está deseando que todo termine pronto y que llegue la hora de las natillas de chocolate, natillas que tendrá de postre cuando logre tragarse esos "hierbajos verdes".
¿Te reconoces en estos ejemplos o en otros similares? Padres, educadores y sociedad en general, hemos enseñado a nuestros niños y niñas que para ser felices solo basta con comer esos alimentos que han rodeado todos sus momentos de felicidad y éxito, y... ¿quién no quiere ser feliz siempre?, ¿para qué comer espinacas? En realidad, solo hemos enseñado a nuestros hijos lo que aprendimos de nuestros padres, y es que esta locura dura ya varias generaciones.
Un problema de todos, todos a una
Todo esto ocurre mientras padecemos unos niveles de sobrepeso y obesidad sin precedentes. En España el exceso de peso en los adultos afecta a un gran porcentaje de la población y en la edad infantil ya supera el 40% (ref. OMS). Es decir un 40% de nuestros pequeños ya padecen, o van camino de ello, una enfermedad crónica que les condicionará su salud el resto de sus vidas y que podrán transmitir a la siguiente generación.
Como adultos debemos cuidarnos y querernos más, cuidar nuestra alimentación y cambiar de un modo consciente nuestra relación con la comida. Tenemos que apostar por una vida más satisfactoria y saludable. En relación con nuestros hijos, debemos ejercer nuestra responsabilidad como padres y educadores. Al igual que hemos utilizado el refuerzo positivo para incentivar en ellos el consumo de comida basura, ahora nos toca asociar esos miles de momentos maravillosos que les queda vivir con nosotros con comida saludable: ofrezcámosles en las ocasiones expuestas en el apartado anterior, alimentos y bebidas que potencien su salud.
Quizá no todos los cambios necesarios podrás realizarlo al mismo tiempo, sé que será difícil; pero poco a poco podrás transformar esta realidad que te he dibujado, si por ejemplo, comienzas planteando un cumpleaños sin golosinas, unas navidades en las que el dulce principal sea la fruta o unas fiestas sin comida rápida. Lo que no podemos hacer es seguir ignorando el problema o no afrontarlo con determinación.
Debemos emocionarnos con la comida saludable, tenemos que disfrutar de ella, es solo una cuestión de cultura, es solo una cuestión de educación y de consciencia.
José María Capitán
dietista-nutricionista