Hace algunos años, el enemigo público número 1 eran los terroristas. Quiero decir los terroristas esos que explotan bombas, decapitan gente y esas cosas. Vamos, lo mismo que puedes ver en un típico videojuego de acción. Pero pasaron a la historia y acabó esa histeria que hacía temblar a más de uno si un señor barbudo mentaba a Allah en el avión.
Los tiempos han cambiado, y ahora eso es un tema de abuelo contando batallitas. El terrorismo original, el "de la mata", como diria El Chombo, es, en el mejor de los caso, residual.
Ahora el enemigo no proviene de otra cultura, ni de un credo religioso tradicional, ni de una etnia diferente a la nuestra, ni de una nacionalidad histórica. Están entre nosotros.
Son esos que niegan que estamos en una pandemia mundial, cuando son los principales impulsores de la misma. Que llaman bozal a una medida profiláctica, que piensan que un medicamento hecho para salvar vidas es un veneno que te quiere meter Bill Gates para instalarte Windows 11 en el hígado, que se piensan que si beben lejía se van a desinfectar el cuerpo y digo yo que por qué si tienen estreñimiento no se toman sosa cáustica que eso lo desatranca todo.
Es ese señor que lleva la mascarilla por debajo de la nariz, esas señoras que se bajan la mascarilla para hablar de la vecina, esos chavales egoístas que hacen botellón y esparcen el virus al ritmo de sus hormonas.
Es gente que mata. Por su culpa su abuela puede morir o peor aún, la tuya. Y como no se la puede expulsar del país, ni tampoco se les puede poner en la cárcel porque sería injusto para los presos normales, debemos crear igualmente un apartheid. Que no puedan ir al cine, ni al teatro, ni al restaurante, ni en avión, ni en los autos de choque si me apuras.
Porque el terrorismo ahora no proviene de gente violenta dispuesta a degollar, ametrallar o explotar sin miramientos. El terrorismo, que es la acción por la que por medio del terror busca un fin aparentemente legítimo, viene ahora de esto. De aprovechar el miedo racional que se tiene a la muerte para que el público tome decisiones irracionales, con un estado de terror, creando un enemigo al que odiar, un enemigo público número uno al que culpar de todo, para que los verdaderos responsables no solo salgan impunes sino que saquen provecho de la situación para sus propios fines espurios.