La brecha salarial no existe. Espera, empiezo mal. Sí existe, pero no es lo que te han contado. Si sumas lo que ganan todos los hombres por un lado, y lo que ganan las mujeres por otro, y haces la media, sale que los hombres ganan más que las mujeres, un 15%, más o menos. ¿Y por qué es eso? Hay varios factores, pero básicamente, se debe a que las decisiones que toman ambos grupos, en promedio, son distintas.
Dejemos esto claro: no es legal que una persona cobre distinto que otra por el mismo trabajo. En ningún nivel de la escala laboral. Si usted conoce algún caso, vaya a una comisaría, porque si no lo hace, estaría encubriendo un delito. Pero usted no conoce ningún caso.
Los hombres y las mujeres eligen cosas distintas, y esto es lo que crea la diferencia. Por ejemplo, una mujer después de dar a luz, puede elegir que en vez de trabajar en un call center vendiendo fibra óptica más móvil por 39´95 € al mes sin permanencia, 40 horas a la semana, pasar a trabajar 20 horas a la semana, y ver crecer a su hijo. Y es perfectamente comprensible. Pudiendo elegir, ¿quién querría lo contrario?.
Al hablar de la brecha salarial, todos pensamos automáticamente en mujeres astronautas, o mujeres directivas de empresas del IBEX 35, pero nadie piensa en vender fibra de 300 MB + llamadas ilimitadas por 39´95 desde un polígono de perdido de la mano de Dios en Alcorcón. Entre hacerlo 40 horas, o hacerlo 20, hay una diferencia de exactamente la mitad del dinero en la nómina a fin de mes. Ahí radica la brecha salarial.
Porque la brecha salarial, es, entre otras cosas, una brecha de horas trabajadas. El 90% de excelencias y reducciones de jornada para el cuidado de familiares fueron solicitadas por mujeres. Y esto puede parecer una fatal imposición. O no, según te pille. Yo solo sé que los hombres no tienen esa opción.
Y nunca la tendrán, porque un hombre con esa mentalidad, raramente será elegido por una mujer. Para las mujeres, el estatus laboral de un hombre es bastante importante. El 80% de las mujeres no saldría con un hombre desempleado. Esto no sucede al revés, y me cuesta pensar que es porque de pequeños nos daban pistolas para jugar en vez de muñecas. El dato mata el relato, como dicen ahora.
Estas diferencias a la hora de elegir también se muestran en los trabajos especializados, como explica el economista Thomas Sowell. Las mujeres, en general, no eligen profesiones relacionadas con la tecnología, porque, además de ser un coñazo insoportable, se actualizan tan rápido que el parón post-parto implicaría quedar desfasada. Fuera de juego. Sin embargo la dermatología, la odontología, el trabajo social, la historia de arte o el magisterio, van a estar más o menos igual ahora, y dentro de dos años. Claro, las profesiones que implican estar regenerándose cada diez minutos, pagan más.
Los hombres a su vez realizan todos los trabajos peligrosos (y no los hacen por gusto). Estas profesiones se llevan a la tumba cada año a 450 hombres en nuestro país. Por no hablar de los quemados, mutilados o paralíticos. Claro, pagan más. Pero no voy a hablar mucho de esto, porque a estas alturas del artículo, ya parece que hay dos bandos, y yo estoy en uno de ellos. Y yo no estoy en ningún bando, ni lo quiero estar. Todos las personas que me rodean son mis hermanos y hermanas. O mis enemigos y enemigas, que conspiran juntos para matarme. Según el día.
Porque esta lógica lleva a pensar que yo de alguna forma comparto mérito con aquellos hombres que hacen esos trabajos tan duros, cuando lo más peligroso a lo que me enfrento yo en mi jornada laboral es la posibilidad tropezarme con mi propia estupidez. Pero es que esta lógica de pensar grupos, en vez de en personas, no la he empezado yo. El problema político ante el que nos encontramos, no radica tanto en los contenidos del discurso, sino en la manera de pensar. Nos hemos olvidado de las personas. Ahora pensamos en términos de colectivos. Y esa fiesta acaba siempre mal.
Entonces llegan los cuidados. La madre del cordero. Dicen “no, es que cuidar a tu hijo es un trabajo”. Vale, te lo compro. Hay una forma de cuantificarlo: dejar que lo cuide otra persona. “Pero es que entre lo que cobro yo, y lo que le pagaría a esa persona no hay mucha diferencia”. Sí, si que la hay. Es la diferencia de la brecha salarial. Y esa diferencia no compensa perderte a tu hijo, verle media hora en la cena al final del día, como mi padre nos ha visto crecer a mi hermano y a mí. De refilón. Francamente, es una puta mierda. No sé quién querría eso.
Y cuidar a un hijo es duro. Lo es. Solo presenciarlo me hace recurrir a la bebida y el lexatín. Una vez me fui de vacaciones con una amiga que tenía una hija, y al volver, pedí perdón a mi madre por haber nacido, y le di las gracias por no haberme matado. “Lo intenté” dijo mi madre, “pero no dejabas de rebotar contra el suelo».