¿Recordáis el siglo XVI? Madre mía, que bien lo pasábamos. En nuestras oficinas, con el aire acondicionado a tope, los pies encima de la mesa, todo el día sin hacer ni el huevo, tomando frapuccinos, con todas las vacunas puestas y diciéndole guarradas a la secretaria. Al terminar nuestra jornada laboral de ocho horas, y nos íbamos a la posada de la villa, a tomar gintonics, escuchar buena música de laúd, y tocarle el culo a las camareras.
Luego cogíamos el Tesla, llegábamos a casa, donde sin embargo no había luz eléctrica, y nuestra mujer llevaba todo el día trabajando, haciendo jabón, zurciendo calcetines a oscuras, lavando la ropa en el río, con fiebre (ella no estaba vacunada), haciendo las tareas de la casa, y cuidando a la vez a nuestros doce hijos, y de los padres de ambos. Le pegábamos una paliza porque la comida estaba fría. A veces estaba fría de verdad, otras veces lo hacíamos solo por joder. Pero cuando estaba fría de verdad, teníamos que coger el Tesla y volver a la posada, a comer una tortilla francesa o lo que nos pudieran hacer a esas horas, mientras planeábamos como hacer para que la Inquisición condenase por brujería a alguna querida de la que ya nos habíamos aburrido.
El feminismo actual es lamarckiano. ¿Os acordáis de Lamarck? Lo dimos en el instituto. Fue el predecesor de Darwin, en el S. XVIII. Sus teorías eran erróneas, pero fueron fundamentales para hacer avanzar el conocimiento. Esto es, lo más importante que hizo Larmack, fue darle algo en que pensar a Darwin.
Lamarck decía que las jirafas iban alargando más y más el cuello durante su vida, para coger los frutos que estaban en la parte superior del árbol. Y ese alargamiento, que habían desarrollado a fuerza de practicar, era heredado por sus hijos. De la misma forma que si yo hago muchas pesas ahora y me pincho esteroides (cosa que a lo mejor estoy haciendo en la actualidad, o a lo mejor no), mi hijo nacería cachitas. Buen intento Lamarck.
Pues de igual manera, cualquier sufrimiento padecido por una mujer a lo largo de la historia, es sufrido en la actualidad por mis compañeras de generación. Muchas de ellas están viviendo las vidas más privilegiadas que conozco, pero a la vez están heredando dolores a la manera que proponía Lamarck. Y es que son los anacronismos los que me confunden. “Las mujeres hemos estado oprimidas a lo largo de la historia”. Ya pero tú no. O “nuestra sexualidad ha sido negada”. Ya la tuya haría ruborizarse a Calígula. “A lo largo de la historia no se nos permitió estudiar”. Ya, pero tú has hecho ocho Erasmus y tienes dieciséis másteres (uno de ellos en teoría de género). Es como si yo me quejase amargamente de las consecuencias de la polio, porque un tío de mi madre tuvo la polio.
Análogamente, cualquier éxito o crimen realizado por cualquier hombre a lo largo de la historia, es un éxito que yo disfruto o soy reponsable en la actualidad. ¿La fortuna de los Rothchild? Yo tengo parte de ese pastel. ¿El derecho de pernada? Yo participé en esas violaciones. También soy Luis IV y el inventor del motor de combustión. Y astronauta. Yo que sé. Es super raro, y se encuentra en el 90% de los razonamientos feministas contemporáneos. Y nadie dice nada.
Todo esto se cristaliza más o menos en lo que llaman discriminación estructural sistémica y sesgos implícitos. La discriminación estructural, es algo que nadie sabe qué es lo que es. Sí se lo preguntas a una feminista, tampoco te lo sabrá explicar, pero te referirá a alguna lectura donde lo explican bien. Ella lo leyó ahí en su momento, y tras páginas de historia sesgada y falacias lógicas enterradas en lenguaje académico, creyó entenderlo durante diez minutos. Como uno de esos átomos de elementos raros de la tabla periódica que se crear en una laboratorio que solo consiguen sobrevivir un cuarto de hora.
Se suele basar en la gran mentira de la brecha salarial, la fake news más exitosa, repetida y desvergonzada de este siglo, para la que maldita.es no tiene tiempo. Lo de los sesgos implícitos también es un poco nebuloso. Se supone que son parte de una educación machista y racista, pero la verdad es que todos tenemos sesgos, y los utilizamos constantemente. Nuestro cerebro tiene poquísimo RAM, por lo que tenemos que almacenar la información en bloques, en montoncitos, y hacer juicios de brocha gorda.
De tal manera que si tú me ves a mí por la calle, calvo, gordo, y con cara de asesino, estarás prejuzgando injustamente al terroncito de azúcar que en realidad soy, que llora con los anuncios y se asusta con los ruidos fuertes. Y bien por ti, no te culpo en absoluto. Yo bien podría no haber sido yo.
¡Feliz 8M!