"Me llamo Tomás"

El otro día, mientras estaba sentada en un conocido bar madrileño, tomándome unas cañas con mi novio, comenzó a llamarme la atención un señor que cruzaba la calle. Me paré en observar que el hombre, después de cruzar, se dirigía en dirección a nosotros. Justo a nuestro lado, casi al pasar por donde estábamos sentados, se para, y se queda observando el suelo: en el suelo hay una cucaracha agazapada moviendo sus antenitas.

De repente, el hombre la pisa inmisericordemente. La mata. La espachurra. Y el hombre sonríe.

De mediana edad, iba con pantalones y chaqueta marrón de pana, unos zapatos negros algo grandes para su altura, y una corbata morada. Tenía "currelos", que es como se dice en mi tierra a las patillas exageradas, era medio calvo y no estaba afeitado. No tenía bigote, pero sí algo de perilla. Pero voy a su sonrisa al matar a la cucaracha: era, cuanto menos, grotesca, tenía los dientes amarillos y separados, y aunque no se veía muy bien, parecía tener algo de sarro.

Seguidamente, este señor empezó a carraspear, a toser, y finalmente escupe un gargajo en la acera.

Lo que viene a continuación es sorprendente: el señor saca un palito (que parecía de esos de limpiarse los dientes) de su chaqueta, se agacha, y empieza a mezclar con el palito los restos de la cucaracha recién aplastada y su gargajo, que había caído casi al lado. O tal vez lo había escupido ahí a propósito...

"Será un loco", me dice me novio, que también observaba mientras yo bebía mi Fanta de naranja, también observando, absorta, la situación...

Pero lo más sorprendente es lo que viene a continuación: el señor de la chaqueta marrón, la cucachara muerta y el palillo de dientes se queda de pronto mirándome, se toma su tiempo, se acerca, ¡y me ofrece estrechar su mano!

"Me llamo Tomás", me dice alegremente, ante la mirada incrédula de mi novio.

Continuará...