Me resulta duro escribir esto, después de haber dicho toda mi vida que no puede haber guerra entre pueblos ni paz entre clases, pero envejecer, o adquirir experiencia, significa también ver la otra cara de la moneda con que antes comprábamos nuestra visión del mundo.
El hecho es que las personas, cuando nos relacionamos, tenemos conflictos a veces. Por mucho que intentemos llevarnos bien, y ser razonables, al final hay temas en los que por cabezonería o por simple choque de intereses, acabamos en un conflicto con alguien. Y entonces es cuando llega el momento de saber si tomamos buenas decisiones a la hora de elegir con quién nos relacionamos, o si fue buena idea comprar esa finca tan barata pero con ese vecino tan cascarrabias.
Y ahí viene mi lamento, porque a nivel trabajo he descubierto que hay que prevenir más riesgos laborales de los que yo pensaba.
Si trabajas con una mujer y tienes un conflicto, te puede acusar de machista o decir que la miras en plan baboso. Es un riesgo.
Si trabajas con un inmigrante, o con un miembro de una minoria, como un gitano, y tienes un conflicto con él, te puede acusar de racista y señalarte por ello ante el juez cuando en realidad te peleas con él por dinero o un puesto en un mercado.
Si trabajas con un gay y tienes un conflicto, te puede acusar de homófobo y meterte en una movida.
Si trabajas con un discapacitado y tienes un conflicto, puede acusarte de discriminación y decir que vuestro problema viene de que lo discriminas por su pierna más corta.
Es muy triste, pero acabo de vivirlo. La prevención de riesgos, de esos otros riesgos, indica que NUNCA hay que trabajar con colectivos protegidos, porque entonces el desprotegido eres tú. El que quiera ir por la vida partiendo de la posición de culpable, que trabaje con ellos. Yo no pienso hacerlo más. Son demasiados riesgos.
No estoy siendo cínico cuando digo que me duele decir esto: es la triste realidad.