por James A. Lindsay y Peter Boghossian
Los conceptos pecado original y privilegio son idénticos quitando que actúan en diferentes universos morales. En las religiones con las que estamos familiarizados, el pecado original es algo con lo que se nace. Es algo a lo que no se puede escapar. Es algo sobre lo que realmente no hay nada que hacer, excepto avergonzarse. Es algo que se debe confesar y tratar de purificar. Es algo que requiere perdón, expiación, penitencia y trabajo. Es algo que, si se toma en serio, sirve para intimidar a los demás.
Para muchos de los actuales activistas situados a la izquierda, privilegio ocupa el mismo papel en la religión de las actuales políticas de identidad. No hay mayor pecado que haber nacido varón blanco, heterosexual, sin discapacidad, que se identifica como hombre, pero sin sentirse profundamente apenado por este absolutamente involuntario estado de cosas.
Todo el mundo es un pecador; todo el mundo es privilegiado; y ambos constituyen la caída del Hombre. Ambos son la mancha sobre todos los que, en virtud de su existencia, están a la altura de la perfección moral. Ambos son una especie de enfermedad que amenaza a la sociedad. Es algo a lo que no se puede escapar. Ambos deben ser detestados y se debe exigir la redención del culpable.
El concepto de privilegio, como el de pecado, posee la virtud de que describe algo real, algo que de manera tan obsesiva como acertada se describe como “problemático”. Ya sea que se reciba aval para un préstamo bancario, ser tratado de determinada manera por las autoridades legales, o que se demarque el potencial académico de un niño, o los accidentes de nacimiento que acaban resultando una barrera desalentadoramente injusta o una ventaja inesperadamente inmerecida. Enmarcar estas cuestiones en términos de privilegio, sin embargo, es el camino equivocado para conceptualizar el problema. El problema real y terrible, por supuesto, es la discriminación; tanto la evidente como, en sus forma más insidiosa, la sutil.
En lugar de hacerle frente a la discriminación, muchos militantes de izquierda glorifican los desafíos asociados con las desgracias de la identidad individual, particularmente los relacionados con accidentes inmutables de nacimiento como raza, género y orientación sexual. Ahí donde la religión tradicional eleva a Dios, después a los ángeles, después a los santos, y después al resto de nosotros, estos identitarios sacralizan un orden jerárquico de ventajas intrínsecas y desventajas sociales; no tal y como son, sino tal y como se explican en el lenguaje académico de las teorías críticas de raza y de género.
Hay, sin embargo, una diferencia preocupante entre privilegio y pecado. Si bien podemos amar al pecador pero odiar el pecado, parece que estamos mal equipados para amar a los privilegiados, a no ser meramente como mascotas y objetos de envidia. Los pecadores han nacido en una lucha contra un defecto fatal; los privilegiados simplemente nacen defectuosos; insanos y alegremente ingratos. El pecador nace defectuoso y por lo tanto escribe su propia ruina. El pecador, pues, al ser incapaz de ayudarse, es un miserable, y por detrás de todo el desprecio por él hay piedad. No es así con los privilegiados. La misma palabra privilegiado casi hace que encuentres tu objetivo despreciable. Los privilegiados no se frustran a sí mismos; te frustran a ti. Un pecador puede ser redimido; los privilegiados deben ser derribados.
Se necesita más perspectiva, bondad y caridad. Pecado y privilegio no son conceptos vacíos, y no son completamente inútiles. Generan un tipo particular de conciencia y empatía para motivar ciertos tipos de comportamientos que tratan de evitar, minimizar y reparar para ellos, pero son realmente inútiles para solucionar problemas reales. La gente más sensata se centra más en las cualidades positivas que les gustaría inculcar en los demás — templanza, autocontrol, generosidad, justicia, incluso pureza — en lugar de revolcarse en las faltas de malhechores y dejar así las cosas. Quienes se adhieren a la religión de las políticas de identidad (muchas de las cuales rechazan el concepto de pecado religioso) deben aprender del ejemplo y dirigir su atención a lo que importa, haciendo campaña para crear sistemas sociales, políticos y económicos que eleven a los de abajo a una igualdad genuína.
***
Fuente: AllThink
***
James A. Lindsay tiene un Ph.D. en matemáticas y autor de tres libros, incluído Everybody Is Wrong About God (Todo el mundo se equivoca sobre Dios). En Twitter en @GodDoesnt.
Peter Boghossian es Profesor Adjunto de Filosofía de la Universidad Estatal de Portland y miembro afiliado de la facultad Oregon Health Science University en el Departamento de Medicina Interna General. Es autor de A Manual for Creating Atheists (Un manual para crear ateos). En Twitter @peterboghossian.