La derecha vive un nuevo despertar, hay nuevas inquietudes no sólo por la gente mayor más conservadora sino por sectores juveniles politizados. Hace tiempo que estos sectores se están movilizando y generando discurso político por diversos medios, especialmente en las redes sociales, en la que desprenden cierta ilusión y ganas de un avance hacia su favor. Es un despertar político de gente que se empieza a interesar por el debate público pero que no se identifica con los valores tradicionales de la izquierda y que ve en este movimiento un lugar de rebeldía en el que reafirmarse. Un movimiento que busca apoyo y herramientas para combatir el maniqueísmo con juicio crítico pero al mismo tiempo con estrechez de miras, con un inadvertido sectarismo y muchas veces centrado en construir enemigos y combatir el avance del contrario únicamente. Sacan pecho de sus ideas que antes se habrían considerado políticamente incorrectas o reaccionarias dentro de un discurso en el que se representan "marginados" por el pensamiento dominante. Pero en el fondo es una curiosa forma de restauración enmascarada de revolución.
Me atrevería a decir que esta revolución cultural de la generación joven de la democracia comenzó hace años con la llegada al poder de Aznar, en 1996. Cuando vieron que sus líderes políticos se quitaban los complejos y se podían llenar estadios y plazas de toros de mítines exaltados gritando “¡viva España!” y ondeando la bandera bicolor con orgullo. Podían reivindicar el pasado preconstitucional con nostalgia con altavoz en los medios de comunicación y abrazar el nuevo liberalismo económico y la perspectiva del progreso ligado al éxito empresarial y el sector privado. También se sentían cómodos ensalzando públicamente la Monarquía y las Fuerzas de seguridad del Estado sin que por ello fueran estigmatizados.
Ocho años de legislatura fue suficiente para reforzar el franquismo sociológico y el viraje más autoritario vivido hasta la fecha. Tanto fue así que el cambio de gobierno en 2004 fue considerado una usurpación del poder y hubo una oposición mediática muy fuerte contra un gobierno que, salvo cuatro aspectos progresistas (loables vistos en perspectiva), era continuísta con el aparato del Estado.
En 2021 vivimos algo distinto. Las posiciones están aún más definidas y han dado un paso más allá en su “salida de armario”, reivindicando con orgullo su intolerancia. Sin embargo, en esta nueva ola no todos se consideran nacionalistas ni especialmente patriotas, tienen visiones sesgadas o más bien desinformadas de lo que fue el pasado y la historia de España y en ciertos aspectos reniegan de la derecha tradicional. Muchos ahora abrazan la globalización y el culto al dinero en consonancia con ese particular estilo neocon norteamericano de los ochenta.
Contracultura reaccionaria y estética.
En realidad son perfiles de un amplio espectro y no tienen discursos vacíos sino bien elaborados, aunque van desde el pensamiento ramplón del lanzador de huesos de aceituna hasta el sofisticado discurso del intelectual universitario. Pero hay uno especialmente curioso que siempre me ha llamado la atención, es una especie de perfil de lo que yo llamaría la “contracultura reaccionaria”, que toma prestada la iconografía pop y se identifica con símbolos reivindicativos de lo que tradicionalmente reconocíamos de izquierdas y anti-stablishment.
Ellos se consideran a sí mismos progresistas en cierto sentido, es decir, que no se ven como retrógados ni conservadores, sino que abogan por un cambio hacia un modelo de sociedad abierto y moderno pero con “orden” y sin “medias tintas”, más pragmático, sin buenismo y reconociendo que se debe ser intolerante con ciertos sectores sociales: intolerante con el inmigrante ilegal, tolerante con el “talento extranjero”. Intolerante con la “ideología de genero”, tolerante con la igualdad, etc. No se ven como reaccionarios, sino críticos con “la dictadura progre” que encierra una agenda oculta.
- Foto "Hipster" by Fleeting Pix. CC license.
Hay una especie de apropiación tanto de la estética como del discurso y los símbolos para redirigirlos hacia su modelo, como si sintieran que les están robando esa cultura con la que han crecido y necesitaran retomarlos como propios.
Llevan piercings, pelo largo, rastas, escuchan rap, heavy metal y pop rock. Llevan barba, usan bicicleta y patinete, están algo comprometidos con el medio ambiente y toleran hasta cierta medida la diversidad racial y sexual, algunos de ellos o ellas se definen abiertamente homosexuales o bisexuales. Están de acuerdo con el poliamor, consideran correcto el divorcio y algunos se describen a sí mismos como ateos o no religiosos.
Están cómodos con el entretenimietno y el ocio mainstream. Pero le dan nuevos significados al cine y la literatura y los dotan de nueva épica. Películas antibelicistas son para ellos glorificar el ejército, cine anticapitalista es ahora homenaje a los emprendedores. En general hay un ánimo de reescribir la historia a través de la ficción y la cultura popular nostálgica.
Sin embargo, están en contra de que se les “usurpe” su discurso por un falso progreso, el de “los progres”, que según su visión son hipócritas, farsantes vividores de chiringuitos subvencionados y vagos de todo pelaje. Además se ven a sí mismos en una cruzada para desenmascarar públicamente al feminismo, que es para ellos un eje central de batalla.
La clave fundamental está a mi entender en que no creen en la lucha de clases, idolatran el capitalismo y sus símbolos, creen en la meritocracia y en el “sueño americano”. Cuestionan la democracia representativa y algunas instituciones del Estado pero reniegan del apelativo "facha" para desligarse de lo antiguo y "carca" y no se identifican con ningún partido político de forma explícita.
Algunos son muy activos en la esfera mediática de las redes, creando discurso, foros y contenido. En definitiva, están inmersos en la guerra cultural (que no electoral) como estrategia a largo plazo para ganar la hegemonía perdida, o dicho de otro modo, para inclinar el sentido común hacia sus postulados. Postulados que como ya he apuntado, promueven entre otras cosas la antipolítica, el revisionismo histórico, el culto (directo e indirecto) al capital financiero (y su orden socioeconómico) con un aire moderno y desenfadado.
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