Hace diez años puse en casa mi primera microtelealacarta con un ordenador viejo, un Windows, el VLC y la mula. A pesar del esfuerzo que había que invertir para recopilar el contenido audiovisual el invento funcionó muy bien, y eso que por aquel entonces todavía utilizábamos la televisión analógica porque aun había algo interesante que ver, como la radiación de fondo de microondas y misteriosos ectoplasmas que aparecían en la pantalla siempre que los vecinos enchufaban la batidora. Pero en pocos años la TDT nos alcanzaría inexorablemente, llegaría un día en el que sólo veríamos cuadraditos en la tele cuando los pájaros se posaran sobre la antena. Con la desaparición de los viejos receptores analógicos concluiría el misterio y nuestra íntima relación con el origen del cosmos, por eso el futuro de la televisión digital era sombrío, sobre todo cuando llevábamos un tiempo con Internet y se vislumbraba en el horizonte la aparición de portales de vídeo bajo demanda.
Parecía que la TDT iba a ser igual de chunga que la televisión de siempre, y me equivoqué, porque todavía fue peor: junto al telecirco tradicional proliferaron montones de clones de teletienda, magufos y opinólogos de tertulias políticas extraídos directamente de la Alta Edad Media. Pero esto aun no lo sabía, y con un blog recién estrenado e intoxicado con grandes dosis de cancamusa escribí una popular entrada donde predecía triunfante que la nueva televisión digital sería una faraónica banda en el cielo llena de contenidos dirigidos hacia nadie. Y me equivoqué. Ahora también son varias bandas faraónicas para UN contenido*. Mientras, al otro lado del receptor todavía hay alguien. Me equivoque en más cosas y diez años después sigo con un ordenador viejo, el Windows Linux, el VLC XBMC y la mula. Los sitios de vídeo bajo demanda o no llegaron o los que existen languidecen ante la indiferencia de los internautas. Sin embargo la TDT continua radiante ¿Cómo hemos acabado en esta distopía? Ahora sabemos que los gurús de Internet habían subestimado el número de zombis mustios que aun reposan en los sofás frente a sus teles con energía suficiente para gruñir, comerse algún ratón y agitar los audiómetros.
En mi caso hace ya una década que una computadora patatera, un media center e Internet me separaron definitivamente de la corriente de los canales de televisión. Ya no soy capaz de adaptar mi tiempo a la programación de los medios y me vuelvo violento e irascible cuando el consumo del contenido se ve interrumpido por la publicidad, si además son videoclips de publicidad española mainstream me pongo como un berserker, y me imagino cometiendo alguna locura con creativos de una agencia de publicidad atados vivos dentro de un hoyo, mientras manejo un dumper bielorruso cargado con quinientas toneladas de piedrecillas basálticas recién extraídas de la caldera del Bárðarbunga. La TDT no era peor que la antigua tele, sólo era todavía más de lo mismo, con una mejor definición. Su mala suerte fue llegar en un momento en mi vida en el que ya existía Internet y por lo tanto cuando tuvimos la oportunidad de controlar mejor los contenidos que iban apareciendo y ser más críticos y exigentes con ellos.