Los ahorros producidos por menos salarios no se tradujeron en más inversión; sino en mayores ganancias. La evidencia es contundente en demostrar que la verdadera fuerza impulsando los precios no es el costo de producción, sino la ambición (el ¿Qué tanto puedo cobrar?). Las etiquetas con precios en los supermercados eran cambiadas constantemente y con tendencia creciente, mientras que, la clase trabajadora no vislumbraba idéntico comportamiento en sus cheques de nómina.
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