Luis se sumerge cada mañana, bien temprano, en la inmensidad de los cañales de la comunidad de anonas, en el Bajo Lempa (El Salvador). Allí, se gana la vida a la misma velocidad que la pierde. Cosas del destino: no puede abandonar la profesión por que los suyos dependen de los menos de cinco dólares diarios. Desde muy pequeño, con diez años, aprendió a cultivar la caña de azúcar en extensiones de incontables hectáreas. Tantas como beneficios extraen las multinacionales con una sustancia que arrasa con la salud del productor y consumidor.
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