No puede decirse que el rock irlandés tuviera una gran relevancia a mediados de los setenta. Había, eso sí, tótems del tamaño de Thin Lizzy y Rory Gallagher, que convivían con grupos de tradición celta como The Chieftains y The Dubliners. Pero más allá, todo era foráneo en un país que se nutría principalmente de astros ingleses y estadounidenses, con contadas excepciones como los norirlandeses Van Morrison y Gary Moore (quien pasó por Thin Lizzy).
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