Al principio de la guerra unos 120.000 japoneses vivían en la costa oeste de EEUU, la mayoría en California. A pesar de la falta de evidencias o pruebas creíbles, Roosevelt sucumbió a la insistencia de que los japoneses debían ser clasificados como "extranjeros enemigos". Obligados a vender sus propiedades y negocios, en muchas ocasiones aprecios ridículos, abandonar sus hogares y establecerse en uno de los diez campos de reubicación construidos por el gobierno. Allí contribuyeron al esfuerzo bélico cultivando el campo y trabajando en fábricas.
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