Eduardo, un gitano de 30 años, padre de seis hijos y muy simpático si no le haces enfadar, me invitó a acompañarle de caza con sus galgos, esos de los que presumía paseando con una soga al cuello el día que le hablé de mi afición por los perros. Mi abuelo decía que “si un gitano no te la da a la entrada te la da a la salida”. Yo, con un punto de vista algo más abierto y racional, decidí comprobarlo.
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