España es hoy un páramo industrial. Y lo que es todavía peor, pasa de puntillas sobre la orientación de la política económica como si se tratara de un asunto menor. El sector público, volcado en su propio ajuste, parece complacido con ese nuevo rol internacional que cumplirá la economía a la salida de la crisis si nada lo remedia: un papel subsidiario de las grandes potencias. Un país especializado en suministrar mano de obra barata y productos de baja intensidad tecnológica a la Europa del norte.
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