Roosevelt decidió trasladar la flota norteamericana durante 1940 hacia una isla del Pacífico, colocándola vulnerable ante sus enemigos. Tras numerosas provocaciones sobre Japón se logró su deseo de entrar en la Segunda Guerra Mundial, justificado por un ataque "sorpresa"; ataque que no destruyó ni sus mejores barcos ni sus portaaviones, ya que fueron "providencialmente" retirados de la base pocos días antes. Los archivos nacionales conservan pruebas de la intención nipona de rendirse que fue desoída para posibilitar el uso de la bomba atómica
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