Durante la fiesta, todo eran confetis, desparrame, aquiescencias y anuencias. No había nada que no se pudiese hacer, no había un euro mal invertido. Al día siguiente llega, claro, la resaca. Duele la cabeza, el estómago se revuelve y el mantra se repite: “No volveré a pasarme más”. Hasta que llega la siguiente juerga.
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