Un día normal en la vida de Leopoldo María Panero es pasear por el centro "telepatizando con la gente" o dormir la siesta en los bancos de la calle Triana, de donde últimamente le echa la policía. Hoy es un día distinto, pero hay rituales que deben mantenerse, confirmando que la entrevista no será un ejercicio periodístico sino una conversación desordenada escrita entre los renglones torcidos del poeta. El primer paso es el avituallamiento: cinco cajetillas de Winston, un bote de Utabón para la congestión nasal y dos paquetes de Kleenex.
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