Llegamos a la plaza del 2 de mayo. Es genial la idea. Allí donde un día se batieron a sangre y fuego Ruíz, Velarde y Daoíz (amén de muchos valerosos ciudadanos madrileños), cientos de personas (¿quizá miles?) estaban en plena batalla campal palmeando un pequeño sinfín de balones de playa, que iban desapareciendo por momentos.
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