Da lo mismo. Sea sobre justicia, deporte, salud, guerra o democracia, se impone un consenso sobre los límites del discurso. Existe una frontera entre lo que se considera lícito y aquello adjetivado fuera de lugar. No importa cuál sea el problema, háblese de lo que se hable, violencia, pobreza, desigualdad, explotación, siempre, el lorito repetidor está en condiciones de emitir un juicio y aportar una la solución. El resultado lo podemos observar en las tertulias, los debates y las relaciones interpersonales.
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