Se llama ictericia mediática: una profunda coloración amarilla invade a muchos medios de comunicación cada vez que sucede un crimen de alta sensibilidad social. La máquina del sensacionalismo funciona a todo trapo alrededor del legítimo dolor de las víctimas, acaso las únicas que poseen disculpa para la ofuscación, y arrolla cualquier atisbo de ponderación para promover una sacudida emocional que haga subir las audiencias de un circo macabro en el que se comercia con los sentimientos y se sirve sin rubor la muerte como espectáculo de masas.
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