Ayer me tropecé de forma casual con una de esas historias humanas que te hacen replantearte el sentido de los viajes, el sentido de la palabra viajero y hasta el sentido de la vida. Estaba comiendo con unos amigos en su autocaravana, aparcada en la bocana del puerto de Cabo de Palos, en Murcia, cuando vimos entrar en la rada una extraña embarcación. Era una mezcla entre canoa y catamarán hecha a retales; un engendro de nave con unos mástiles muy enanos y un pequeño motor fueraborda.
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