De forma natural, cuando se produce un brote, al avanzar la epidemia y aumentar el número de individuos inmunes, disminuye la probabilidad de contacto entre un susceptible y un infectado, hasta que llega un momento en el que se bloquea la transmisión del agente infeccioso. La inmunidad de grupo produce en algunos casos que la efectividad real de la vacuna en la población sea superior a la eficacia teórica prevista según los ensayos clínicos, debido a dicho efecto indirecto en los individuos no vacunados.
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