Todos los años hay un par de casos de esos que te marcan, que no se olvidan, que se quedan en la retira, uno porque te deja un mal sabor de boca y otro porque te deja un buen sabor de boca. Hoy quiero escribir sobre el segundo de ellos, un caso lleno de sorpresas y que me ha dejado la satisfacción de haber salvado a otro inocente de la «quema.»
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