El año que empieza consagrará el entierro de Keynes y su sustitución por los inversores de bonos. En estos tiempos de tijera y sangre presupuestaria, Keynes es un tipo poco recomendable, cuyas teorías no sólo no se aplican sino que ni siquiera se discuten. El gasto público, que en años anteriores fue considerado la red imprescindible para salvar al mundo de la catástrofe, es ahora una droga destructiva. El déficit, no hace mucho bálsamo de las heridas de la recesión, es hoy un hábito maligno que hay que desterrar en el menor tiempo posible.
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