Y es que en un país que invierte tan poco en investigación, con un sistema educativo entre medieval y tonto-futurista, y que fomenta tan poquito el espíritu crítico, no es de extrañar que tanta gente siga tomándose en serio los horóscopos. O tragándose y reenviando cadenas sobre el Progesterex. O creyendo a pies juntillas en los chemtrails. Así nos vemos inmersos en una cienciofobia que acojona bastante.
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