Los indignados lo empezaron a ser aún más cuando oyeron gritar a un señor de más de noventa años que el mundo, así como está, le daba un poco de pena. Los indignados empezaron a ser acampados cuando se pusieron a colaborar con otros indignados, cuando salieron a la calle con el malestar íntimo que cada uno había incubado en casa y cuando empezaron a conectar con una corriente que provocó réplicas en el resto de España y en el extranjero. Un desencanto que dio entonces motivos para el optimismo.
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