En 1810, Beethoven acudió a un recital que iba a ejecutar, según le aseguraron, un prodigio de la música. Era una niña llamada Teresa, la cual tenía fama de precoz pianista que, en efecto, deslumbró a todos los presentes… hasta que llegó el momento de interpretar una pieza del compositor alemán. La pequeña se aturdió tanto que se vio incapaz de tocarla y abandonó la sala entre sollozos. Para sosegarla, el músico, prometió componerle una sonata sólo para ella. Al día siguiente, la joven pianista recibió una partitura. Se titulaba "Para Teresa".
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