Un fósil que preserve las partes blandas de un organismo es un verdadero regalo de la naturaleza. Es extraordinariamente raro que ocurra, y lo normal es que el tiempo borre toda huella de vida menos las partes mineralizadas: conchas, huesos o dientes de animales. Pero demos a la vida 3.000 millones de años -600 millones de años, en el caso de la vida animal- y es probable que alguna que otra vez determinados organismos se vean, por ejemplo, abruptamente sepultados por barro o lava, queden por lo tanto atrapados en entornos sin oxígeno.
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