Con la neurociencia, podemos confirmar lo que nuestros antepasados daban por descontado: dejar a los bebés angustiarse es una práctica que puede dañar a los niños. Ahora sabemos que dejar a los bebés llorar es una buena forma de hacerles menos inteligentes, menos saludables, más ansiosos y poco cooperativos, y de convertirlos en personas alienadas. Podemos confirmar ahora que forzar la “independencia” del niño conduce a una mayor dependencia. En cambio, dar a los bebés lo que necesitan les lleva a una mayor independencia posterior.
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