Hay tantas probabilidades de que los seres humanos seamos idiotas, que ni siquiera se atreven a planteárselo nuestras escasas neuronas aptas para el servicio. Estamos tan domesticados, que en vez de soñar con encontrarnos al final del túnel de la crisis con un nuevo mundo, nos aferramos a la esperanza de regresar al viejo, el globo globalizado que se nos pinchó irreversiblemente hace apenas tres años.
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