Hace unos días, mi madre salía de su casa, en un municipio del extrarradio de Madrid. Al dirigirse a la parada del autobús, vio a un hombre de unos 30 años tumbado en un banco, envuelto en un creciente charco de sangre. Cuando se acercó, el hombre le pidió ayuda, le dijo que se había cortado las venas. Aún tenía el cuchillo en su otra mano. Y lloraba. Los que saben de esto habrían dicho que aquel hombre no deseaba morir, por la dirección de los cortes de su antebrazo.
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