Los japoneses comprobaron cómo cualquier campesino podía aprender a matar en poco tiempo al samurái de la más acendrada aristocracia, de modo que en el siglo XVII tuvo lugar una iniciativa de desarme que consiguió que las armas de fuego desaparecieran de Japón. El guerrero no era sólo un combatiente: encarnaba el ideal social que el revólver ponía en peligro. La guerra ofensiva ha sido históricamente inevitable cuando un grupo social monopoliza una tecnología bélica...
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