Froilán ha entendido que un príncipe digno de tal nombre ha de ser un sátiro, comportarse mal, que reinar es padecer gota o tener síndrome de Klinefelter, que lo deseable es la bomba de Mateo Morral o el salivazo friendly de Peñafiel, arroparse con armiños o hacerse tatuar los brazos con dragones, nunca el diploma de una escuela de negocios o el posado insípido en una estación internacional de esquí.
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