La lucha entre narcotraficantes, dice, siempre ha existido pero el problema empezó cuando llegaron Los Zetas para apropiarse de la plaza a sangre y fuego (...) “Llegaban a tocar a la puerta de las casas y decían: ‘me gusta mucho tu mujer, ahorita te la traigo, pero mientras me bañas a tu niña porque esa sí se va a quedar conmigo varios días’ y no te la regresaban hasta que estaba embarazada”.
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