Las grandes capitales de nuestro tiempos han puesto especial empeño en poseer, como decoración de sus perspectivas urbanas, alguno de estos singulares monumentos, llamados obeliscos, con los que el Egipto faraónico decoraba las entradas de sus templos. El obelisco de Londres, que motiva nuestro artículo, fue trasladado ya en la antigüedad con propósito semejante. Procedía de Heliópolis, la ciudad del alto Egipto, con su templo rival del de Amón, en Tebas.
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