Hace mucho tiempo que soy lector habitual de Menéame, pero hasta hoy no me había decidido a hacer una contribución. Lo hago motivado por las noticias confusas que corren sobre la posibilidad de que la vacuna de Oxford/AstraZeneca pueda haber causado hasta 11 muertes por episodios tromboembólicos muy específicos ("trombosis de senos venosos cerebrales, acompañada de una disminución de plaquetas").
Quiero dejar claro de principio que no soy médico ni tengo conocimientos específicos sobre vacunas. Por supuesto, tampoco tengo acceso a más datos sobre este tema que lo que ha aparecido en los medios de comunicación. Pero sí tengo mucha experiencia en investigación científica y pienso que, más allá de los mensajes vagamente "tranquilizadores" de los gestores de nuestro sistema de salud, puede ser útil describir cómo pueden estar mirando este tema los médicos y especialistas. Para hacerlo, primero voy a resumir los datos generales que tenemos, y luego voy a describir 3 posibles escenarios que ilustran donde podemos encontrarnos.
Resumen de la situación.
Hasta el día lunes 15, en la Unión Europea se han administrado unos 51 millones de dosis de vacunas (fuente: Our World In Data), u 11,4 dosis por cada 100.000 habitantes (fuente: Financial Times). No tengo datos de cuántas de esas dosis son de cada fabricante (Pfizer/BioNtech, Moderna, Oxford/AstraZeneca) pero, dado que la AstraZeneca fue la última en autorizarse, voy a suponer que se han administrado unos 10 millones de dosis (o 2,2 dosis por cada 100.000 habitantes) de esta.
En España, se han administrado 5,7 millones de dosis, a un total de 1,7 millones de personas, según la web oficial del Gobierno, www.vacunacovid.gob.es/. Aunque los países de la UE han seguido políticas diferentes con respecto a la administración de uno o dos dosis de las vacunas, vamos a suponer que la ratio es parecida en toda la UE, de manera que los 51 millones de dosis se traducirían en unos 15 millones de personas que han recibido uno o dos dosis de vacuna (aproximadamente 3,4 vacunados por cada 100.000 habitantes de la UE).
Estos datos nos dan ya una idea de la magnitud del problema entre manos: ¿son estadísticamente significativas 11 muertes sobre un total de unos 15 millones de personas vacunadas? A primera vista parecería que es una fracción mínima. La pregunta que debemos plantearnos es si esas 11 personas podrían tener algún rasgo en común que, por un mecanismo no observado anteriormente, las hiciese particularmente susceptibles a episodios tromboembólicos al recibir la vacuna AZ.
Escenario 1.
Supongamos que examinamos los historiales médicos de esas once personas a la búsqueda de algún rasgo en común. Si cogemos aleatoriamente 11 personas de un conjunto de 15 millones, es improbable que vayan a tener en común ningún rasgo médicamente relevante. Es posible que todas fuesen morenas, o todas rubias, pero no hay ningún mecanismo conocido (¡que yo sepa!) que relacione el color del cabello con el riesgo tromboembólico. Es incluso probable que por pura casualidad (hablaríamos de fluctuaciones estadísticas) todas esas personas compartan alguna característica muy común entre la población, como el color del cabello. Si lo único que compartían esas 11 personas es una característica muy común, entonces no hay base alguna para pensar que la vacuna ha tenido un papel.
Este es el escenario más plausible, y el que subyace cuando nuestros médicos de referencia nos dicen que "no hay base científica" para preocuparse.
Escenario 2.
Aquí imaginamos la situación contraria. Supongamos que se descubre que 8 de las 11, comparten un único rasgo médico, por ejemplo cierta mutación genética infrecuente. Si 8 de las 11 personas compartiesen un rasgo infrecuente, eso podría ser significativo, pero todavía no estaría claro.
Imaginemos que esa mutación es realmente infrecuente en la población general, con un caso cada 100.000 habitantes. Teniendo en cuenta que han recibido vacunas unos 15 millones de personas, esperaríamos que aproximadamente unas 150 personas que han recibido vacuna tendrían esa mutación rara. Podría parecer preocupante el hecho de que 8 de 150 personas sufriesen entonces un episodio tromboembólico, pero cuando trabajamos con números tan pequeños es difícil sacar conclusiones robustas. De encontrarse con esta situación, lo más probable es que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) se pusiese en contacto con agencias de otros países con muchas personas vacunadas (como Israel o Estados Unidos), para ver si pueden "mejorar la estadística" (esto es: mirar si en una población vacunada mayor esa ratio aparente de 8/150 se confirma o se desvanece).
Este escenario se antoja el más improbable, y abriría dos preguntas complementarias que habría que responder. Por un lado, ¿qué mecanismo biológico relacionaría esa mutación con la vacuna para aumentar la frecuencia de trombos? Por el otro, los datos podría sugerir que la vacuna reduce el riesgo de tales eventos tromboembólicos en la población que no tiene esa mutación: ¿por qué? Sin una descripción médicamente razonable de estos posibles mecanismos causales sería todavía difícil pasar de la correlación estadística a la causalidad, y argumentar que hay una relación sólida de causalidad entre la vacunación y la tendencia a sufrir trombos.
Escenario 3.
Este es un escenario intermedio entre los anteriores. Imaginemos que 3 de las personas que han sufrido los episodios tromboembólicos compartían un rasgo médico relativamente infrecuente. Digamos que una mutación que sufre una persona de cada 5.000. En este caso, esperaríamos que unas 3.000 de las personas vacunadas compartirían también esa mutación. ¿Sería significativo que 3 de estas 3000 personas hubiesen sufrido una trombosis? De nuevo, estamos trabajando con números bastante pequeños, con solo 3 casos "positivos"; podría ser una fluctuación o 'casualidad' estadística. Sin embargo, imaginemos que, tras consultar con otros países y recopilar más datos, se confirmase esa ratio, esto es, que aproximadamente 1 de cada 1000 personas con esa variante genética tuviesen mayor riesgo de sufrir una trombosis al recibir la vacuna. Esto se consideraría generalmente un riesgo bajo o muy bajo. A la hora de decidir administrar la vacuna a una persona concreta, habría que considerar si tiene mayor riesgo de sufrir consecuencias negativas en caso de no recibir la vacuna (lo que llamaríamos el contrafactual). Por ejemplo, para una persona de más de 75 años, que es parte de los grupos de mayor riesgo frente a la COVID-19, sería todavía muy recomendable administrarles la vacuna (y quizás mantenerle en observación ante posibles trombos). Para una persona de 20 años, quizás sería más difícil de decidir. Este escenario, aunque posible, se antoja relativamente improbable (pero menos que el escenario 2).
Por supuesto, otros escenarios son imaginables, pero creo que estos tres nos permiten ver más claramente el tipo de preguntas que ahora mismo los médicos y gestores de la EMA deben estar analizando.
En resumen, con los datos de que disponemos públicamente ahora mismo, parecería que lo más probable es que nos encontremos en el Escenario 1, y que las 11 desafortunadas muertes por episodios tromboembólicos al poco de recibir la vacuna caigan dentro de la 'normalidad' estadística.
Para acabar, permitidme insistir que no tengo formación médica, ni acceso a datos adicionales sobre la vacunación COVID, y este artículo solamente aspira a ayudar a divulgar cómo se puede estar realizando el análisis de datos y la investigación sobre causalidad en el caso referido.