Aún recuerdo aquellos tiempos en los que viajábamos en familia en coche con mi pobre madre martirizada pues, como ella siempre nos cuenta, a falta de media hora para llegar a cualquiera que fuese nuestro destino, mis hermanos y yo teníamos un chip que nos hacía alborotarnos y ser, a conciencia, lo más molestos que pudiésemos. En estos viajes en concreto, tengo presente también parar a menudo en un bar para comprar el periódico del día y ese señor cuyo enfadado rostro nos demostraba que se veía forzado a dejar su silla y su cerveza durante...
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