Por un lado tenemos al capitalista que puede legalmente obtener unos beneficios que superan en miles de veces los ingresos de la mayoría de los ciudadanos. Y por otro, encontramos al funcionario, cuyo salario es bueno en comparación con los míseros ingresos de los pensionistas y maestros, pero que es muy inferior al del capitalista. Y por cuanto ningún país en el mundo puede hoy renunciar a la regulación de la economía por parte del estado, este funcionario toma decisiones de las que dependen los negocios del capitalista. Con eso es suficiente.
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