Se trata de un vicio o de un mal en estado puro, en el sentido de que a ninguna otra finalidad puede servir –ni siquiera accidentalmente– que no sea la de imitar la virtud, lo que acaso resulte útil al hipócrita, pero a nadie más que a él. Hay gente que miente sobre sus posesiones o sobre sus logros, sobre sus amistades o sobre sus amores: el hipócrita miente sobre su bondad; y con sus actitud ningún bien puede alumbrar –ni siquiera de forma casual o involuntaria– y sí, a menudo, mucho mal.
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