Como cada miércoles desde hace seis años, a eso de las nueve de la mañana, la cuidadora de Catalina Serra llegó a su casa para ducharla. Pero ese día había una novedad. Bajo el brazo la cuidadora llevaba un portafolios negro. 'Como si fuera una ejecutiva", dice Serra. Tras saludarla, anotó en una de las hojas de su carpeta la hora exacta de la llegada y la mujer rompió a llorar delante de Catalina.
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