La batalla más grande y duradera en la que los españoles nos hemos visto inmersos y de la que hemos salido repetidamente escaldados no tiene nada que ver con los países bajos, ni con el desastre contra Estados Unidos y ni siquiera con la pérdida de las colonias. En ella no perdimos tierras, ni hombres, aunque sí la dignidad, esa necesaria para sentirnos cosmopolitas, ciudadanos del mundo o parte de Europa. De hecho, todavía estamos inmersa en ella, una guerra paulatina contra un enemigo invisible: los idiomas.
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