La primera operación fue la peor: «Mi hijo recién operado estaba totalmente consciente, pese a la morfina. Cuando nos dejaron entrar a verlo se oían sus lloros desde el pasillo de entrada. Cuando le vi, no dejaba de llorar y gritar. Entonces, le pregunté a la enfermera qué le pasaba. Me respondió que los niños les rechazan, se sienten abandonados, así que muchas veces no quieren ni que entren a verlos. El mundo se me cayó encima. Me acerqué a mi niño y dejó de llorar, incluso me hacía medias sonrisas, a pesar de su recién y gravísima operación.
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