Hoy vamos a abrir las páginas de la prensa amarilla de la ciencia hasta llegar a la época en la que Alexander Graham Bell ya estaba sobrado de dinero y fama por haber inventado el teléfono. Su verdadera pasión no tardaría en aflorar: la genética de la longevidad humana. Bell no creía en la eugenesia que trata de eliminar desde el Estado a los discapacitados mentales, por ejemplo, que estaba tan en boga en 1920, sino que aspiraba a una eugenesia más positiva, más humanista.
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