A Juana Ortega se le enrojecen los ojos cuando cuenta su problema. Habla con dolor. Es el fruto de la desesperación y de 20 años de olvido, de lucha. Junto a ella está su hijo Antonio Meño, de 40 años. No se mueve. Sufre un coma vegetativo desde hace dos décadas, tras someterse a una operación de nariz. Ambos se han instalado desde hace una semana en la plaza de Jacinto Benavente (Centro), hasta que alguien del Ministerio de Justicia les reciba y les dé una solución para los 400.000 euros que les exigen los jueces.
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