No deja de ser asombroso que en nuestra sociedad hayamos llegado a un punto en el que el esfuerzo necesario para extraer crudo del subsuelo, enviarlo a una refinería, convertirlo en plástico y darle la forma apropiada, para luego transportarlo a una tienda, que alguien lo compre y se lo lleve a casa se considera menor que el esfuerzo necesario para simplemente lavar la cuchara cuando has acabado con ella.
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