En la película el tiempo es el centro, la misión y la clave y en esa frecuencia donde La llegada rompe cualquier pronóstico. Lo que en principio bebía del tarro de la metafísica, la física cuántica o las teorías del lenguaje y sus recovecos más oscuros, se desliza por la pendiente del humanismo más radical y se planta en un axioma aterrador: ¿serías capaz de hacer lo mismo si supieras lo que va pasar de antemano?
Aposté a que el Reino Unido no votaría a favor del Brexit y perdí. Doblé a que Rajoy no gobernaría y también perdí. Estaba en Colombia cuando se produjo el referéndum por la paz. Por supuesto que saldrá el Sí, vaticiné. Salió No. ¿Trump? Imposible, es demasiado ignorante para gobernar la primera potencia del mundo. Y lo es, sólo que ya no hay nadie demasiado ignorante para hacer nada.
¿Quién no ha oído esta frase de un padre o una madre? Joan González explica en este post que "La felicidad es un estado de ánimo, la alegría, el placer corporal y espiritual, sentirse bien en definitiva. Los entrenadores deseamos ver a nuestras jugadoras felices, contentas mientras entrenan y aprenden, mientras juegan y compiten. Pero el término felicidad es difícil que sea constante, igual que no podríamos vivir en un constante enamoramiento, tampoco podemos vivir en una felicidad permanente..."
Ese Facebook donde todos son felices. Ese Twitter donde todos quieren ser ingeniosos. Ese LinkedIn donde todos son CEOs. Ese Instagram donde todos son cool. Políticos capeando el temporal, buscando la ola que les salve del naufragio. Periodistas que chillan y no convencen. Con más miedo que vergüenza...