Esto ahora mismo me toca muy de cerca. Tengo un gran amigo con una enfermedad crónica, degenerativa e incurable que además no responde a ningún tratamiento paliativo. Cada vez soporta dolores más intensos y seguidos y su grado de discapacidad física y mental no hace más que aumentar. Ayer precisamente me comentaba que ha iniciado los trámites en Suiza. Cuando me dijo hace unos meses que se estaba planteando lo de Suiza (seguido de un "y no intentes convencerme de que no lo haga, que lo tengo muy claro"), simplemente le prometí que le acompañaría. Se lo prometí por algo muy simple: si en su momento no dejé que tres perros y un gato murieran solos y les tuve en brazos después de ponerles la inyección, tampoco voy a dejar que alguien que ha sido mi amigo durante más de veinticinco años muera solo. Una amiga me ha prometido que vendrá para acompañarme a mí porque sabe que el trago será duro y que cuando todo acabe voy a estar hecha polvo.
Me parece tremendamente triste que mi amigo tenga que irse a Suiza para poder morir como quiere. Y me parece mucho más triste que tenga que tomar la decisión de morir seguramente antes que si tuviera la oportunidad de hacerlo aquí, porque, al fin y al cabo, uno tiene que estar en unas ciertas condiciones físicas para viajar hasta allí y para tomarse el cóctel de barbitúricos sin ayuda. También me parece muy triste y muy injusto, sobre todo, que esta alternativa "digna" solo esté al alcance de quienes se lo pueden permitir. El resto, o aguanta lo que le ha tocado o tiene que elegir métodos mucho menos dignos y, a veces, bastante violentos para poder morir; y eso suponiendo que su estado físico permita llevarlos a cabo.
No sé qué pensaré a la vuelta, evidentemente, pero ahora mismo estoy convencida de que cada uno debería tener el derecho a decidir, incluso de antemano, en qué condiciones no quiere seguir viviendo.
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La cosa tiene sus contradicciones, es verdad.