Queridos amigos vulnerables, viejecitos, miedosetes, pusilánimes, aprehensivos, hipocondriacos, escrupulosos y asquerositos en general:
Disculpadme porque interrumpa este , que los es, vuestro momento de gloria, para proponeros un pequeño resumen de cómo están las cosas.
Vamos ya por un año de pandemia. El daño económico y sanitario ha sido enorme, por no hablar del daño psicológico y social. Han salido las primeras vacunas, pero nadie sabe todavía si los vacunados serán contagiosos, cuánto va a durar la inmunidad, si las vacunas inmunizarán contra las nuevas cepas y si se puede o no contraer dos veces la enfermedad. Hay indicios, pistas y garrotes de ciego, pero nada cierto.
En este tiempo, la sociedad se ha ido dividiendo entre los que tienen el condumio asegurado por una nómina pública y los que no lo tienen y se ven obligados a bregar a diario. Los primeros, claro está, nos piden a todos prudencia, contención y paciencia, porque el peor mal que los amenaza es el virus, pero no la ruina. Los segundos se ven amenazados por los dos males: el vius, y la ruina, y suelen tirar para donde menos peligro ven, que es intentar comer a diario. O a días alternos en el peor caso.
Creo que estamos de acuerdo en que es así, y parece bastante humano.
La cuestión es que, para preservar el contrato social, habrá que repartir los sacrificios de algún modo, porque si los sascrificios los hacen siempre los mismos, la cosa no va a funcionar. Es palmario ya que no está funcionando.
Si los trabajadores estatales y los pensionistas no reparten sus ingresos con los que no lo son, estos últimos nos veremos empujados a dejar de preocuparnos por ellos, en aras de la supervivencia propia.
O dicho de otro modo, por si en bonito se entendiese mal:
Para que tú, funcionario o pensionista, puedas seguir con tu vida, se me exige que yo me limite, me confine y me encierre. Lo he hecho.
Espero que no lleguemos al otro lado: para que yo, trabajador autónomo, o empleado, o joven, pueda seguir con mi vida, se exija que tú te mueras de una vez y dejes de ponerme trabas.
Va a ser mejor que repartamos los sacrificios y que no caigan todos sobre los mismos porque, si no es así, tu mayor interés será que me encierren y el mío que te mueras. Y eso es poco edificante y nada sano socialmente.
Los más jóvenes, víctimas de la precariedad, el desempleo, y los alquileres que les cobran los ancianos propietarios, ya lo empiezan a ver claro.
Sería mejor buscar otro camino, ¿verdad?