Veo que estos días produce asombro que ningún grupo parlamentario haya votado en contra de la renta mínima (IMV). Observo los comentarios y percibo que la opinión generalizada es que, a pesar de que se trata de una medida social propia de la izquierda, la derecha la ha aceptado a regañadientes para no quedar retratada como demasiado impermeable al sufrimiento de las clases más desfavorecidas. Sin embargo, yo habría apostado a que recibiría un amplio apoyo entre los partidos, más allá del teatrillo dirigido a sus respectivas bases electorales. Para evitar que me descalifiquen con el habitual “capitán a posteriori” tan usado en esta casa, me mojaré y haré un pronóstico: cuando las derechas vuelvan a gobernar no harán nada por eliminar esta medida e incluso es posible que la refuercen.
El motivo por el cual hago estas afirmaciones no tiene nada que ver con que los partidos tengan una mayor o menor tendencia a adoptar medidas sociales. Más bien al contrario, ratifica que mi pesimista análisis del mundo futuro es correcto.
En primer lugar, está claro que nos encontramos en un punto de inflexión en la Historia. No voy a extenderme demasiado en este punto, pero es bastante evidente que distintas contradicciones y tendencias históricas están alcanzando su cénit simultáneamente, lo cual supone que esos cambios se retroalimenten.
En segundo lugar, una vez aceptado este punto, el público tiende a hablar de los ya tradicionales conceptos de “crisis del capitalismo” y “nuevo modelo”. Nada de eso ocurrirá. No solemos entender bien en qué consiste el capitalismo, especialmente que las crisis forman parte de su naturaleza y que la supervivencia de un sistema no tiene nada que ver con la prosperidad que proporcione. El capitalismo va a iniciar una nueva etapa, como lo hizo tras la Segunda Guerra Mundial o a partir de los años 80 con su proceso de financiarización. Eso sí, la “mutación” del sistema, la cual lo reforzará, provocará grandes sufrimientos a quienes vivimos en su seno.
Volviendo a la renta mínima, es aceptada por la derecha porque realmente forma parte de su agenda. El modelo económico que defiende la oligarquía mundial no es otro que el del neoliberalismo y, aunque a algunos les sorprenda oirlo, incluye una renta mínima, básica o como se la quiera denominar. Ya Milton Friedman, a la par que abogaba por reducir el Estado a las labores de justicia y policía (admitiendo subrepticiamente que su modelo sólo podía ser impuesto por la fuerza) daba pie a que el mismo diese un cheque a cada ciudadano para que con él contratase los servicios que antes se gestionaban desde el Estado. De esta forma, el libre mercado se nutriría de estas transferencias que los ciudadanos se verían forzados a gastar en necesidades básicas como serían (o serán) la sanidad o el agua potable.
En este punto de inflexión en el que nos encontramos, quienes manejan el poder económico, que en nuestra mundo actual es el único que realmente puede llamarse poder, van a aprovechar el caos y desconcierto que la mutación del sistema provocará para aplicar su particular doctrina del shock, tal como la conceptualizó Naomi Klein. Van a intentar acercarse a ese mundo utópico en el cual absolutamente todo está privatizado y las grandes corporaciones han asumido el poder político. Ellas serán las que subcontratarán a un pigmeo Estado al cual encargarán únicamente el mantenimiento de la Ley, la cual evidentemente tendrá como objetivo prioritario mantener al propio sistema, asegurando que el libre mercado funcione a toda máquina. Incluso las herramientas para hacer cumplir la misión recaerían en una policía y un ejército formados por contratistas privados.
Por supuesto, todo esto es su utopía, por lo que no se puede profetizar que se alcance plenamente, sino sólo que intenten aproximarse lo máximo posible a ese modelo.
Sin embargo, son conscientes de que existen unos mínimos que se han de mantener del modelo antiguo. También, de que les es más rentable comprar la paz social que gobernar mediante el puro terror, el cual acaba siendo costoso económicamente. Por tanto, seguiremos gozando de elecciones y los jueces seguirán siendo funcionarios públicos. Tal vez vayamos hacia el modelo de democracia iliberal, pues el ejemplo empieza a cundir en distintos países. Finalmente, también son conscientes de que un sistema sin ninguna red social debe comprar cierta paz social; una buena forma de hacerlo es mediante una renta básica siempre que sea lo mínimo aceptable para permitir únicamente la supervivencia y cierta dignidad.
Pensemos que, una vez implantada esta renta, se podrá acelerar el desmantelamiento del estado del bienestar. Podrán reducirse las prestaciones por desempleo, porque ya existe una renta básica; podrá privatizarse la sanidad porque para consultas de emergencia el ciudadano dispone de esa renta; podrán reducirse o eliminarse las pensiones, puesto que si el ciudadano ya lleva media vida sobreviviendo con la renta básica, puede continuar haciéndolo durante la vejez. Etc, etc.
Básicamente, por lo que respecta a España, el camino está claramente marcado. En las próximas elecciones al ciudadano simplemente se le cuestionará sobre la velocidad a la que quiere transitar hacia el nuevo modelo. Tiene cinco colores entre los partidos de ámbito nacional, siendo el verde el que denota mayor velocidad y el morado la menor. Sin embargo, parece que sólo existe un camino único e inexorable.
A nivel histórico, creo que vivimos la era del apogeo del liberalismo político y del capitalismo. Existe un único modelo que es el neoliberal y que ya es aceptado por la antigua socialdemocracia. Viviremos el completo éxito de la derecha contemporánea, pues la izquierda simplemente está desaparecida de la escena. No existe ningún modelo económico alternativo creíble a ojos de la ciudadanía. La izquierda política quedará relegada a los ámbitos de la vida pública que la oligarquía le permitirá porque no amenazan a su modelo económico. Las luchas feministas, contra la brutalidad policial, contra la discriminación racial, por la laicidad o contra el cambio climático serán el campo permitido para la izquierda,en el cual conseguirá incluso ser hegemónica. La población percibirá, por tanto, cierto equilibrio entre las dos fuerzas tradicionales, pero el núcleo duro del sistema, es decir, las condiciones materiales de la existencia, serán determinadas por la derecha hegemónica. En definitiva, Amazon podría sentirse amenazada por legislación contra los abusos laborales, no por el matrimonio gay.
Por supuesto, no creo que lo descrito valga más que para los países desarrollados. A aquellos que ya se encuentran en la periferia del sistema les espera la versión dura del mismo, por una cuestión de costes. Allí donde la represión sea más barata que la renta mínima, simplemente se levantarán muros entre los que están dentro o fuera del sistema, entre los habitantes de la favela y los del centro financiero.